El cálculo del especulador: Trump, la guerra y la maquinaria de la ganancia
Cómo Trump convierte la crisis en oportunidad y la guerra en poder
22 de junio de 2025
Mientras los misiles estadounidenses impactan instalaciones nucleares en el interior de Irán, las narrativas oficiales se desarrollan con una cadencia predecible: acción selectiva, defensa necesaria, disuasión. Pero la pregunta más reveladora no es sobre estrategia ni siquiera sobre legalidad, sino sobre ganancias, poder y supervivencia. ¿Quién se beneficia de esta guerra? ¿Y qué le ofrece a Donald Trump?
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Esto no es una conjetura. Es reconocimiento de patrones.
Trump no opera como estadista. Opera como negociador. Pero en su mundo, los acuerdos no son acuerdos mutuos, sino juegos de poder. La influencia, el dominio y la impunidad guían su cálculo. Cada crisis se convierte en una oportunidad. Y la guerra —especialmente una que se presenta como existencial, moral o redentora— es la mayor transacción de todas.
El bombardeo estadounidense de las instalaciones nucleares iraníes no es simplemente una escalada militar. Es la plataforma para algo mayor: un teatro político donde Trump puede ocultar sus vulnerabilidades con símbolos de fuerza. No se trata de una gran estrategia. Se trata de supervivencia a través del espectáculo.
La crisis como tapadera y catalizador
Trump entiende el espectáculo no solo como distracción, sino como control narrativo. La guerra le otorga el rol de presidente en tiempos de guerra: comandante, protector, hombre fuerte. El escrutinio legal retrocede. Las acusaciones parecen interferencias. La oposición se vuelve «desleal», los medios de comunicación «antipatriotas». La disidencia se presenta como un peligro.
Pero no se trata solo de imagen. Es un ritual. El bombardeo de Irán se convierte en una exhibición de poder: mítica, masculina, moralmente inequívoca. La apariencia de mando reemplaza el desorden de la política. Trump no necesita ganar la guerra. Necesita habitar su escenario: generar una política del destino mientras la maquinaria de la rendición de cuentas se estanca.
La economía de guerra y el Estado clientelista
La base de poder de Trump no es ideológica, sino transaccional. Es menos un partido que una red clientelar, y recompensa la lealtad con acceso: acceso a contratos, desregulación, inmunidad. La guerra alimenta esa maquinaria.
A las pocas horas del atentado, los mercados cambiaron. Las acciones de defensa se dispararon. Los futuros del petróleo se dispararon. Los expertos políticos apostaron antes de que el público supiera que el escenario estaba preparado. Esto no es una actividad económica colateral, sino el modelo de negocio. La crisis genera volatilidad. La volatilidad crea márgenes. El sistema se beneficia de la inestabilidad.
Trump no oculta esta convergencia del poder estatal y el beneficio privado. La institucionaliza. Quienes financian su maquinaria comprenden que el conflicto acelera el retorno de la inversión. La guerra deja de ser un fracaso político para convertirse en una estrategia lucrativa.
De la reacción cultural a la guerra de civilizaciones
La guerra de Trump no solo se libra en el extranjero. Se narra en casa, como una continuación de la guerra cultural interna por otros medios. Irán, ya demonizado como un adversario teocrático, desafiante y ajeno, se convierte ahora en el enemigo perfecto: religiosamente distinto, no occidental e «irracional». Cumple funciones tanto geopolíticas como simbólicas.
Esto no es solo una maniobra política. Se inspira en una economía moral más profunda: una en la que la guerra redime el estatus perdido por la globalización, la inmigración y el cambio demográfico. No promete seguridad, sino reivindicación. El mundo, visto al revés, debe ser enderezado. El castigo se convierte en el camino hacia la restauración.
Y esta lógica se extiende hacia el interior. Los enemigos extranjeros se reflejan en los nacionales. Musulmanes en el extranjero, migrantes en la frontera, oponentes políticos en el país: todos se entrelazan en una narrativa singular que define la civilización. La línea entre la amenaza extranjera y la nacional se desvanece.
La crisis como modo de gobierno
Trump no solo explota las crisis, sino que gobierna a través de ellas. La guerra se convierte en justificación para poderes de emergencia: mayor vigilancia, supresión de los medios, policía represiva. Las normas legales no se abolen por completo; se suspenden, se aplican selectivamente o se eluden teatralmente.
El bombardeo de Irán puede marcar el inicio de otra guerra, pero también inaugura una fase de excepción: un espacio donde el Estado de derecho se vuelve condicional y la vida cívica se subordina a las exigencias de la «seguridad nacional». Las elecciones pueden retrasarse. La protesta puede criminalizarse. Lo extraordinario se normaliza.
La genialidad de este modo de gobierno reside en su circularidad: la emergencia justifica la represión, y la represión crea las condiciones para una mayor emergencia. La gobernanza se convierte en un círculo vicioso de amenazas, reales e inventadas.
El más allá del imperio
Tras las bombas se esconde la vieja narrativa imperial: Oriente Medio como una frontera de caos, atraso y peligro. Un lugar que debe ser disciplinado, remodelado y dominado por el bien común. Pero bajo el gobierno de Trump, esta narrativa carece de sutileza y diplomacia.
Irán no solo se presenta como un rival estratégico, sino como la personificación del desorden mismo. Su destrucción se convierte en un imperativo moral, una prueba de voluntad, un rito de purificación. Alineándose plenamente con la postura maximalista de Israel, Trump reactiva un mito civilizatorio: que el poder estadounidense no es coercitivo sino redentor, no violento sino virtuoso.
No se trata solo de Irán. Se trata de quién define el orden y quién debe someterse. De qué vidas cuentan y de qué muertes son solo el precio de la reafirmación del poder.
No es una guerra por necesidad, sino por diseño
Así que, mientras los analistas debaten sobre los movimientos de tropas, las violaciones del espacio aéreo y las consecuencias diplomáticas, la verdad más profunda es esta: Trump no se mete en la guerra por casualidad. La usa.
El bombardeo de Irán no es mera política, sino una herramienta de presión. Es un instrumento de beneficio personal, una herramienta de consolidación, una forma de reiniciar el tablero antes de que la partida se le escape de las manos.
La guerra suspende el juicio. Intensifica el miedo. Recompensa la lealtad. Ahoga la disidencia. Y, sobre todo, replantea el caos como liderazgo.
Trump no necesita paz. Necesita conflicto. Porque en el conflicto, prospera; en el espectáculo, sobrevive. Y en las ruinas, sus aliados se benefician.